Bethania
Apolinar
Santo Domingo
La educación en la
Era de Trujillo se caracterizó por tener una cobertura muy limitada, lo que se
evidencia en el hecho de que el analfabetismo alcanzó el 70%.
Aunque en las
escasas escuelas imperaba el orden y la disciplina, protagonistas de la época
lo atribuyen al terror y la represión de la dictadura.
El historiador
Roberto Cassá y el profesor universitario Jesús de la Rosa coinciden en señalar
que durante los 31 años del régimen de Trujillo había una educación de nivel,
pero para una porción muy reducida de la población.
Destacan que a
final de la Era de Trujillo había en el país unos 3,000 estudiantes
universitarios, y sólo cursaban carreras tradicionales como derecho, farmacia,
medicina e ingeniería.
Según de la Rosa,
en términos educativos “la Era de Trujillo fue un desastre”. Dijo que la
cobertura en la educación básica “era muy limitada”, ya que pocos dominicanos
tenían la oportunidad de asistir a la escuela, lo que provocó que el
analfabetismo llegara a niveles alarmantes, pasaba de 70%.
De la Rosa recordó
que las pocas escuelas que funcionaban en el país estaban localizadas en zonas
urbanas, cuando la mayoría del pueblo dominicano residía en el campo.
Los llamados
palacios escolares no eran tantos, de esa época se recuerda el liceo secundario
Juan Pablo Duarte y el Instituto Salomé Ureña, exclusivo para hembras, que la
educación se dividía; los hombres en una escuela y las estudiantes en otra.
A nivel privado la
educación era muy escasa, se limitaba a dos o tres colegios en la capital, uno
en La Vega y otro en Salcedo.
Fue durante la
década de los 50 que se inició la distribución del desayuno escolar en las
escuelas públicas, y pese a que nunca se presentaron dificultades entre los
estudiantes, De la Rosa asegura que no es que no se presentaran, sino que
ningún periódico podía informarlo, en vista de que las empresas suplidoras eran
propiedad de Rafael Leonidas Trujillo.
Cassá considera que
actualmente hay un aparato educativo muy superior en términos de cantidad, pero
muy deficiente.
“La educación
dominicana es un desastre. Esta educación falla en todo, pero principalmente
por la incapacidad de situar las condiciones para que el ejercicio de una
ciudadanía libre y responsable. Eso es vital, y se tiene que enseñar en los
hogares y en las escuelas desde la niñez”, insistió el historiador.
Ley Orgánica de Educación
En 1951 se crea la Ley Orgánica de Educación, una de las leyes más
trascendentales para la familia y la niñez, la cual hizo obligatoria la
educación primaria.
Mediante esta
legislación se sustituyó la Ley General de Estudios número 418 de 1932 y se
organizó el sistema escolar en sus diversos niveles: pre-escolar, primario,
intermedio, secundario técnico vocacional, e hizo gratuita toda la educación,
exceptuando la universitaria.
La obligatoriedad
de la educación primaria exigió una gran responsabilidad de los padres de
familia, quienes se vieron envueltos muchas veces en problemas legales cuando
su hijo o hija no asistía a la escuela. “Un niño deambulante con edad
comprendida entre 7 y 14 años, hacía pasible a su padre de una prisión
correccional y el pago de una multa.
Esta ley
también organizó las normas de funcionamiento del personal, el sistema de
evaluación de los estudiantes y su promoción, además de que estableció el
desayuno, la ropa escolar y la “Sociedad de Padres y Amigos de la Escuela”.
EL TESTIMONIO DE LA MAESTRA EVANGELINA
“Los lápices decían Era de Trujillo y había que tener un cuadro del tirano en
casa”, recuerda Evangelina con tristeza. El salario por una tanda eran RD$25 y
RD$40 en el sexto curso porque se trabajan en dos tandas, al igual que el
bachillerato.
Cuando Trujillo inició su régimen tenía siete años de edad, inició el
magisterio en la escuela Eugenio María de Hostos, y fue maestra de las
ministras de Educación y Educación Superior, Josefina Pimentel y Ligia Amada
Melo, respectivamente; así como de la ex secretaria de Educación y ministra de
la Mujer, Alejandrina Germán, entre otras educadoras.
“El maestro de esa época estaba sometido y limitado en su libertad”, dijo, tras
destacar que durante la dictadura en las escuelas había cierta organización,
pero de miedo, de terror, no por voluntad propia”, dice.
Una de las primeras disposiciones de Trujillo a su llegada al
poder en 1930 fue ordenar la preparación de un plan de reformas de la educación
en procura de que la escuela dominicana evolucionara hacia modalidades más
amplias y sistemas más acordes con el espíritu científico y la tendencia
experimental de las prácticas pedagógicas modernas.
Como fiel seguidor de las ideas hostosianas, Maz Henríquez Ureña
desde su llegada al cargo comenzó a observar con cierta preocupación el estado
de desorganización imperante en las pocas escuelas de formación docente que
entonces existían.
Pedro Henríquez Ureña disponía de un reputado bagaje
intelectual. Su obre literaria era conocida en toda América. Al parecer, la
escuela dominicana quedaba en muy buenas manos. Pero, el ambiente de la
dictadura no era su ambiente; tuvo que irse dejando inconclusa su obra de
reforma de la instrucción pública al año de haber llegado después de permanecer
casi dos décadas fuera del país.
La educación
en tiempos de Trujillo
El 16 de agosto de 1930, el general Rafael Leonidas Trujillo
Molina se juramentó ante la Asamblea Nacional como Presidente Constitucional de
la República, dando inicio a la dictadura más absolutista y prolongada de
nuestra historia republicana.
Durante más de treinta años, los dominicanos vivieron sometidos
a la voluntad omnímoda del “perínclito soldado de San Cristóbal”.
En los primeros años de la dictadura, no fueron pocos los que
vieron en el general Rafael Trujillo Molina la encarnación de un “hombre nuevo”
y muchos calificaron el acontecimiento que provocó su ascenso al poder como “la
más bella revolución de América”.
El poder omnímodo de Trujillo estuvo fundamentado en la
organización castrense que heredó de la Intervención Militar Norteamericana de
1916. A lo largo de la llamada “Era de Trujillo” las partidas presupuestarias
destinadas a sostener las fuerzas armadas equivalieron siempre a más del 50 por
ciento del Presupuesto Nacional.
A pesar de que la vislumbró como una herramienta secundaria de
su poder omnímodo, el dictador no descuidó la educación de sus conciudadanos.
Después del fracaso de Pedro Henríquez Ureña al frente de la
Superintendencia General de Instrucción Pública, Trujillo continuó incorporando
a esa dependencia gubernamental educadores extranjeros, acreditados por su
larga experiencia y conocimientos en la materia, tales como Fernando Sainz,
Carlos Larrazábal Blanco, Guilma de Castro, Antonio Martínez Surroca, José de
Alameida y otros.
Si observamos el proceso seguido por la instrucción pública
durante los primeros diez años de la dictadura, podríamos advertir las
transformaciones que fueron sucediéndose. A la enseñanza teórica y memorista le
siguió una de carácter empírico más cercanas a los postulados hostosianos que a
la enseñanza confesional que heredamos de los conquistadores.
Desde 1935 hasta el final de la dictadura trujillista, la
secretaría de Educación publicaba, bajo la dirección del profesor Aquiles
Nimer, teniendo como jefe de redacción al poeta Juan Bautista Lamarche, la
revista Educación de alto contenido científico pedagógico.
Esa reforma de la escuela dominicana de profunda trascendencia
para la sociedad pudo llevarse a cabo gracias al trabajo tesonero de educadores
de la talla de Ramón Emilio Jiménez, Víctor Garrido, Virgilio Díaz Ordóñez,
Juan Bautista Lamarche, Aliro Paulino y otros; también, a la ayuda prestado por
educadores y técnicos venidos del extranjero, aunque en los anales trujillistas
figure que todo se debió “al genio, renovador y dinámico, del insigne
estadista, a quien, en acto justiciero de reconocimiento, se le ha designado
con el título de Primer Maestro de la República, el Generalísimo Doctor Rafael
Leonidas Trujillo Molina, auténtico, creador de la Nueva Escuela Dominicana”.
Nuestros juicios en torno a la educación en los tiempos de la
dictadura trujillista estarán basados en mis propias experiencias (nacimos y
nos educamos durante la llamada Era de Trujillo), en libros y en documentos
publicados aquí durante los años de la dictadura.
Haremos esfuerzos para evitar que la pasión política se
interponga en nuestros juicios; también, nos disponemos a separar “la paja del
trigo” es decir, a guardar distancia entre los progresos reales de la educación
en tiempos de Trujillo y la propaganda política interesada a favor o en contra
de la dictadura.
¿Cómo estaba organizada la instrucción pública en tiempos de
Trujillo y cuáles eran sus propósitos, sus fortalezas, sus debilidades?
¿Era la mayoría que resultaba beneficiada, o, por el contrario,
sólo una minoría privilegiada resultaba favorecido por un sistema de
instrucción pública pretendidamente situado a la altura de los métodos de
educación de los países más adelantados de la América española?
Dentro de las fortalezas del sistema de instrucción pública en
tiempos de Trujillo cabe mencionarse el orden y la disciplina que primaba en
todas las escuelas públicas; el sentido de responsabilidad de los maestros y,
en correspondencia con ese atributo, el respeto que los alumnos les guardaban.
En tiempos de la dictadura, las clases se abrían el 15 de
septiembre para los alumnos de escuelas primarias e intermedias; y el 2 de
octubre para las escuelas secundarias y vocacionales. Para todos, las
vacaciones navideñas se iniciaban los 23 de diciembre (Día del Niño) y
finalizaban 6 de enero (día de los Santos Reyes) Las vacaciones de verano se
iniciaban para todos el 30 de junio (Día del Maestro)
Sólo una vez en treinta años de dictadura la apertura del año
escolar se pospuso. Ello ocurrió en 1946 debido a una epidemia de piojos. En
ese año, las clases se iniciaron a mediados de octubre en vez de septiembre.
En tiempos de Trujillo, la bandera dominicana era izada en todas
las escuelas del país a las ocho horas de la mañana. A esa hora, los
estudiantes en correcta formación entonaban las notas gloriosas de nuestro
Himno Nacional.
Los horarios de clase se agotaban tal y como previamente estaban
programados ¿ Huelga de maestros en tiempos de Trujillo? Jamás
Las labores de asesoría general; inspección técnica; atención
especial a las escuelas rurales; organización del ropero y desayuno escolar; y
asistencia médica escolar y otras labores se llevaban a cabo con esmero y
prontitud.
Las escuelas públicas en tiempos de Trujillo eran supervisadas
periódicamente de manera tal que un director de distrito estaba enterado día a
día de lo que se hacía o dejaba de hacerse en cada una de las escuelas de su
demarcación.
En un grado mayor que el de hoy, la escuela dominicana en
tiempos de Trujillo era mayoritariamente pública. Eran pocos los colegios
privados que entonces existían. En la ciudad capital funcionaban, entre otros,
los colegios Dominicano de la Salle, Luis Muñoz Rivera; Santo Tomás; Colegio
Santa Teresita; Colegio La Milagrosa; y el Colegio Don Bosco; en Santiago de
los Caballeros, la Academia de Santiago; Nuestra Señora del Carmen; Instituto
Evangélico; Academia Santa Ana y el Colegio del Corazón de Jesús; en San Pedro
de Macorís, el Colegio Trinidad Sánchez y la Academia Antillana Hostos.
Todos esos planteles escolares de carácter privado tenían de
común que su matrícula no era grande: 200, 300 ó 400 alumnos a lo sumo en cada
uno de ellos; y que la calidad de la enseñanza que se ofrecían en esos colegios
no era superior a la de las escuelas públicas.
Al inicio de la llamada Era de Trujillo, hablamos de agosto de
1930, el país apenas disponía de 526 escuelas: 400 de ellas eran escuelas
primarias rurales; 68 escuelas primarias graduadas; 52 escuelas secundarias,
comerciales o de oficios; 6 escuelas especiales para adultos analfabetos; y una
universidad, la Universidad de Santo Domingo.
La población escolar del país ascendía entonces a 50 mil 739
alumnos distribuidos así: 20 mil en escuelas primarias rudimentarias; 15 mil,
754 en escuelas primarias graduadas; mil 358 en escuelas secundarias y
normalistas; 1310 en las escuelas especiales de adultos analfabetos; y 379 en
la Universidad de Santo Domingo.
Echémosle una mirada a esas cifras, tomando en cuenta que la
República Dominicana tenía entonces alrededor 1 millón 250 mil habitantes.
Cuando Trujillo llegó al poder en 1930, apenas un 4% de los
dominicanos asistía a la escuela, es decir, la cobertura era bajísima. El
analfabetismo en la población de adultos llegaba al 90% y apenas existían en
todo el país seis escuelas para adultos iletrados. 400 escuelas rurales no eran
suficientes para atender a los niños de los campos que en número eran mucho más
que los que vivían en las ciudades. El país tenía más generales que maestros.
¿Y qué decir de la vieja Universidad de Santo Domingo con apenas 358
estudiantes? Que era un reducto de privilegiados; que era una institución que
preservaba los rasgos y los atributos de la Universidad Colonial; y que en poco
o en nada contribuía al desarrollo de la nación dominicana.
A la llegada de Trujillo al poder, el sistema de instrucción
pública de la República Dominicana se encontraba bastante degradado; y a la luz
de los datos ofrecidos, podríamos afirmar, exagerando un poco la nota, que aquí
no había escuelas.
En febrero de 1931, Trujillo nombró a Max Henríquez Ureña como
Superintendente General de Instrucción Pública.
En febrero de 1931, Max Henríquez Ureña formuló un diagnóstico
del estado en que se encontraba la instrucción pública del país que sirvió de
base a las transformaciones que vinieron después. En ese importante documento
titulado “Bases para la Reorganización de Nuestro Sistema Educativo” se
enfocaba los problemas más acuciantes que aquejaban la escuela dominicana de
esa época: planteles deteriorados; maestros sin títulos; falta de materiales
didácticos; falta de supervisión; planes de enseñanza ya obsoletos;
desorganización general y otros males por el estilo.
Max Henríquez Ureña duró apenas unos meses en el cargo; fue
sustituido por Osvaldo Báez Soler, quien a su vez fue sustituido por Pedro
Henríquez Ureña.
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